Aún recuerdo hace algunos años; la gente oía espantada las historias sobre tiroteos, muertos que aparecían en los cerros, en las carreteras o muy lejos de cualquier comunidad. Mi mamá decía: “Son ajustes de cuentas entre narcos, en algo anda metida toda esa gente que matan”.
Existían códigos hasta en los traficantes; todas sus peleas eran en la noche, a lo lejos, donde no había familias, sin fotos grotescas que vendieran los periódicos que compramos, o que encabezaran los principales portales de internet.
Aún no recuerdo en qué momento exacto cambio la sociedad, ni cuando nos involucramos en esa ola de violencia que arrasó con nosotros, no sé a qué hora nos dejamos vencer por una batalla que no sentimos si quiera haber luchado.
Siempre tuvimos fe ciega en las autoridades, pero de repente abrimos los ojos, y comenzamos a ver toda la podrida estructura, la cual ya está tan infectada, tan carcomida, ese día mataron a la confianza de la sociedad. Ese mismo día, nos convertimos en victimas del miedo. Descubrimos que cualquier lugar puede ser una tumba, sin importar la hora ni los presentes. Solo se necesita un “elegido”, y un mal día.
Desde entonces, somos una ciudad sin ley. Las muertes aumentan como el marcador de un partido en el que vamos perdiendo, se pierde hasta la noción de los cuerpos sin vida que todo esto deja, nos acostumbramos a vivir sin oír, sin ver, con apenas respirar un poco, perdemos nuestros sentidos, perdemos nuestra libertad, pagamos un precio caro, y nos hieren nuestro espíritu norteño, lastiman a nuestros hijos, hacen llorar a tantas madres, pero todos en silencio; hay que recordar que aquí, no pasa nada, ya no sabemos quién en es malo, nos preguntamos quien es el bueno.
Antes, la lógica era tan fácil: Narcotraficante=malo, ahora ya ni se sabe, los narcos abusan, la policía es corrupta, los medios sacan provecho de esto, es un circulo vicioso que tolera la sociedad, es más bien un vortex que nos absorbe.
Qué fácil es acostumbrarnos a lo malo, a lo que lastima, a lo que no nos gusta, es más fácil quejarnos desde nuestras casas por el gobierno, por el país, por la decadencia en los jóvenes, por las drogas, por lo que no tenemos, por la violencia y la delincuencia que está de más, parece que si dios está ciego y no ve lo que pasa, nosotros estamos mudos y no decimos nada.