domingo, 4 de marzo de 2012

El caballerito

Me marcó tres veces para negociar nuestra primera salida. Luego de varios “no sé” y muchos “vamos a vernos otro día” accedí. Me puse guapa y me regaló 15 minutos más para estar lista, se encargó de que mi mano siempre tuviera un vaso lleno de whiskey y en todo momento me abría las puertas, luego dejó de ser un caballero, justo en el momento en el que yo me olvidé de ser una dama.

Varios tragos después, algunas caricias robadas y uno que otro roce de mano, me atacó por sorpresa. Me acechó, me tomó de la cara y me atropelló a besos. Poco a poco se fue apoderando de mi cuerpo hasta terminar en una cama ajena. Éramos tan solo un par de desconocidos que comenzaron a conocer cada centímetro de una piel que nunca les perteneció.

Minutos después, el joven en cuestión comenzó a desnudarme. De manera rápida pero con cuidado, como un niño que abre sus regalos en Navidad. Lentamente, minuciosamente, afectuosamente y se quedó mudo. Se limitó a observarme y a tocar con sus labios cada parte de mí, a explorarme impaciente, ahí estaba yo para él sólito, sin ropas que ocultaran lo que muchas veces fantaseó. Descubrió mis piernas y a donde conducen, besó mis tatuajes tantas veces que casi los borra. Me adoró, me hizo suya y yo lo dejé, aunque sea unos minutos.

Una vez terminado el acto, como cualquier hombre menor actuó por instinto y dijo que me quería ver de nuevo, que la siguiente semana me quería robar, me habló de todo lo que íbamos a experimentar y el sinfin de veces que tendríamos coito. Sin embargo, personalmente pienso que debería de ser ilegal pedirle a una mujer una segunda cita antes de ponerse de nuevo su brasier, me agarró desarmada, frágil y vulnerable.

¿Quién hubiera pensado que debajo de esos lentes, los pantalones de vestir y la formalidad se encontraba un ser sin modales, primitivo y que sepa servir alcohol? Me gustó y como he aprendido a esperar también sé cuando se debe de tomar algo sin pedir permiso ni esperar explicaciones, ya que uno no puede forzar lo que no quiere encajar, así que dejemos que los vientos del mes despeinen mi cabello y uno que otro amante de camastro que sepa servirme alcohol.