sábado, 6 de noviembre de 2010

Doña Bertha

De repente en tu vida, conoces personas que odias, gente que no olvidas y algunas veces, si tienes suerte puedes conocer a alguien que admires. Una de esas personas para mí, es mi abuela: Doña Bertha, una mujer que enviudó en el 98, sigue de pie y dando lucha, con una figura levemente encorvada por la edad, canas que porta orgullosa en una hermosa cabeza que no baja. Nunca la he visto ni cansada ni mal vestida, amo a su porte y a ella más. Es mi modelo a seguir.

Nacida y criada en un ranchito, esta mujer se hizo cargo de sus hermanos menores desde que estaban muy pequeños, norteña y con cojones, rara vez llora, prepara el mejor pavo de navidad que haya probado y hace muy buena compañía al lado de un postre casi tan dulce sus abrazos. Gracias a ella descubrí de donde venían las papas, me enseñó a amar el café y alguna vez me dio un montón de fotografías viejas que son parte de mis tesoros más amados.

Pocas veces en mi vida me siento tan profundamente melancólica, cumplir 80 años, que número tan grande e intimidante señora mía. Por primera vez en mucho tiempo, tuve miedo de perder a alguien, lo pensé por un momento cuando te vi con ese pañuelo rosa en la puerta. Es un pedacito de mi corazón (aunque no lo crean si tengo, que no lo comparta seguido es otro pedo).

Una dama en toda la extensión de la palabra, la que corrige mi postura y con la que no uso groserías para expresarme, trato de estar a su altura, pero a mis tacones aún les falta muchos centímetros y sobriedad. Fue la que me dijo una vez, que una mujer siempre debe de estar presentable; tenía 9 años, me regalo 3 perfumes de Chanel y un dije que aún uso. Superficial y encantadora, un bello pedazo de humanidad que sabe hacer galletas y sabe hacerme sentir bien.

Aunque yo no sea una mujer devota, la virgen sabe de mí, porque Bertha le platica todas las mañanas de su nieta y le pide que me cuide. Con eso de que hay mucho peligro en mi trabajo, hasta mi veladora tengo “por si las dudas”.

No sé porque tiene que pasar tanto tiempo, años, para darnos cuenta del valor de las personas que nos rodean, uno hace de la gente algo tan cotidiano, que los vemos como el cuadro que adorna nuestra sala, el que siempre ignoramos pero sabemos que está ahí, pero el día que falte sabremos lo vacía que esta esa pared sin él.

Te amo y mucho

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