Fumé
hasta que me dolió la garganta (la muerte de una cajetilla entera lo avala),
lloré hasta que me ardieron los ojos. Sospecho que esa adicción al sufrimiento
fue la que me atrajo a ti, tanto dolor no es gratis. Pagué un precio caro, pero
con medias y un vestido bonito pa’ que me recuerde como la reina norteña que
soy, a ver quién sabe hacer lo mismo en el catre, soy malabarista nata.
Decidí que no me voy a morir de desamor, ni de soledad, ni del hecho de que mis
fuerzas de voluntad hayan sido vencidas por unos besos. Un ramillete de
buenas intenciones se fue al diablo por un puñado de mentiras.
Pudo
haber habido varias mujeres, muchas fotos y una bendita conexión a internet,
pero no pudo tenerme a su lado. Creo que soy intolerante no solo a comer mango,
sino a los amores imposibles, pero con un serio y aún no analizado fetiche a
que me tomara por la cintura y a quererlo en mi vida, olvidando que lo forzado
no se queda.
Yo
no sé nada de las relaciones sexoafectivas, ni de los hombres, ni
de las mujeres, honestamente no me siento conocedora de nada en estos momentos, pero si algo
tengo claro en mi diminuta existencia, es que cuando quieres a alguien, cruzas
mares, desiertos, peleas con villanos, dragones, monstruos y toda esa dramatización cursi
que enseñaron los cuentos infantiles, en lugar de esconderte como un niño castigado. Suena trillado pero es feo la facilidad
con la que olvidamos promesas, el cómo dejamos pasar lo verdadero por
espejismos.
Como
buena anti heroína que soy, sigo en el descubrimiento eterno de mis némesis, aprendiendo de mis debilidades, pero en especial supe lo que es tener un
corazón roto y secuestrado. Fui el más claro ejemplo de un síndrome de
Estocolmo a su máxima potencia. Me dejó un huequito, sospecho que era donde
estaba el grillete que tanto adoraba.
Una
mujer como yo, tan católica, apostólica y devota (que hasta para hacer sexo oral se pone de rodillas) va a estar bien. Siempre lo estoy.
FIN