jueves, 30 de agosto de 2012

Muero, pero no olvido...



Tirado en el suelo, Julián vio correr su sangre. El cómo se formaba un manto rojo en aquel sucio pavimento de la calle 20 de Noviembre que ardía como un comal que nadie se molestó en apagar. Esa mañana salió de su casa recién peleado con su esposa. “Para que se sienta peor”, pensó en el suelo.

Sentía el calor de las balas que recibió. Cada una penetraba su ser, le lastimaron una de sus piernas y su pecho, ya no sabía donde estaba. Mientras era llevado en la ambulancia 045 de la Cruz Roja, solo recordaba en el perfume de su mujer, en los primeros pasos de su segundo hijo y en la primera vez que pagó por acostarse con una prostituta llamada Karla que le robó su reloj favorito, mientras otro oficial sostenía una de sus manos y le pedía que no cerrara sus ojos, mientras los suyos estaban al borde de las lágrimas.

Llegó al hospital por la puerta de urgencia cerca de las 11:34 horas de un soleado martes, entró a cirugía inmediatamente. Perdió la consciencia unos días, pero para él fueron solo minutos.

Cuando despertó en aquella cama de hospital, era de noche y tapada con un chal estaba su compañera de vida, mostrando accidentalmente y gracias a la silla donde estaba recargada un poco de su escote que le provocaba su lujuria cada segundo jueves del mes -sí tenía suerte- después del noticiero.

Esa ocasión se sintió afortunado, pero volvió a nacer cuando, luego de muchos días de rehabilitación de sus cuatro balazos, sintió como una taza de café le quemó su muslo izquierdo. Pensó que había sobrevivido para ser alguien en la vida y dar un mensaje divino a los hombres que habitan sobre la tierra, pero se le olvidó a su cuarta Tecate una semana después y se limitó a ver la televisión en la sala de su casa sin molestar a nadie.

Ahora, volvió con sus colegas de la policía a trabajar en lo que le gusta, y este día le tocó decir adiós a su amigo uniformado que alguna vez le pidió que no se fuera, mientras pensaba que cruzó esa brecha que él un día soleado no se atrevió. Ahí estaba él vivito y con su placa policiaca dorada y brillante sostenida de su chaleco antibalas, mientras fumaba un cigarro afuera de la funeraria y hablaba de la suerte que es ganarle a la muerte.

1 comentario:

  1. Cuando ando de noche por la Santa Rosa, brinco a Centro y no dejo de pensar en cúantos se fueron por ahí. Esas calles por las noches están llenas de historias de corazones rotos.

    Incluyendo el mío.

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