Tirado en el suelo, Julián vio correr su sangre. El cómo se
formaba un manto rojo en aquel sucio pavimento de la calle 20 de Noviembre que ardía
como un comal que nadie se molestó en apagar. Esa mañana salió de su casa recién
peleado con su esposa. “Para que se sienta peor”, pensó en el suelo.
Sentía el calor de las balas que recibió. Cada una penetraba
su ser, le lastimaron una de sus piernas y su pecho, ya no sabía donde estaba.
Mientras era llevado en la ambulancia 045 de la Cruz Roja, solo recordaba en el
perfume de su mujer, en los primeros pasos de su segundo hijo y en la primera
vez que pagó por acostarse con una prostituta llamada Karla que le robó su
reloj favorito, mientras otro oficial sostenía una de sus manos y le pedía que
no cerrara sus ojos, mientras los suyos estaban al borde de las lágrimas.
Llegó al hospital por la puerta de urgencia cerca de las
11:34 horas de un soleado martes, entró a cirugía inmediatamente. Perdió la
consciencia unos días, pero para él fueron solo minutos.
Cuando despertó en aquella cama de hospital, era de noche y
tapada con un chal estaba su compañera de vida, mostrando accidentalmente y
gracias a la silla donde estaba recargada un poco de su escote que le provocaba
su lujuria cada segundo jueves del mes -sí tenía suerte- después del noticiero.
Esa ocasión se sintió afortunado, pero volvió a nacer
cuando, luego de muchos días de rehabilitación de sus cuatro balazos, sintió
como una taza de café le quemó su muslo izquierdo. Pensó que había sobrevivido
para ser alguien en la vida y dar un mensaje divino a los hombres que habitan
sobre la tierra, pero se le olvidó a su cuarta Tecate una semana después y se
limitó a ver la televisión en la sala de su casa sin molestar a nadie.
Ahora, volvió con sus colegas de la policía a trabajar en lo
que le gusta, y este día le tocó decir adiós a su amigo uniformado que alguna
vez le pidió que no se fuera, mientras pensaba que cruzó esa brecha que él un
día soleado no se atrevió. Ahí estaba él vivito y con su placa policiaca dorada
y brillante sostenida de su chaleco antibalas, mientras fumaba un cigarro
afuera de la funeraria y hablaba de la suerte que es ganarle a la muerte.