Es de madrugada, veo como el sol comienza asomarse en mi cielo, mientras yo pienso si será correcto o no despedirme de ti, decir ese adiós que tanto me ha faltado, el que evadí por años para no ahuyentar tu recuerdo y quedarme sola.
Veo lo que te escribí, aún no estoy segura de enviarlo, sé que no voy a tener respuesta alguna de ella, le dije a mi esperanza que dejara de esperarte, aunque a veces no me escucha.
Amo como nunca me decías que no, y ahora yo tengo que decírmelo sola, no sé ni donde estés ni con quien, solo sé que nunca te ha gustado estar solo y que yo sepa, no eres alguien que cambia sus costumbres.
Estos días parece que soy testigo del amor, lo veo que las muchas bodas a las que he asistido este año. Hay algo en la cara de una novia, su mirada, su vestido blanco, su ramito de flores, el cómo abraza a su nueva adquisición en la pista. Realmente te hacen creer el "hasta que la muerte nos separe".
Lo vivo también en las canciones dedicadas a otras personas, en los abrazos en las calles en las que yo solo fumo o leo el periódico, en los restaurantes donde las personas toman su mano mientras beben un late y mi mano sigue sola.
Parece que generalmente quiero ver cariño donde no lo hay, siendo que donde lo tengo ni lo volteo a ver. Es hora de decirle adiós a la soledad y comenzar a corresponder, en lugar de buscar que me correspondan.
Podría escribir tanto de ti y de tus brazos, de esa espalda que besaba cada mañana o gastar (más) horas pensando en ti, pero ya no me quiero dar ese lujo, necesito un exorcista o algún ajo que te aleje de mi cuello.
Uno no puede buscar a alguien que no quiere ser encontrado.
Y yo me rindo de ti y ante ti.